Su nombre, la identidad, nuestros padres

A little girl with a swimsuit asking for loaf of bread in a shop watercolor

¡Tempestad de nieve! Fubuki significa «tempestad de nieve».
Es demasiado hermoso llamarse así.


AMÉLIE NOTHOMB. Estupor y Temblores

Todas las mañanas durante las vacaciones, mi hija pequeña y yo acudimos a la cita ineludible de comprar el pan. Con una mano agarrando las monedas y con la otra cogiendo mi mano, recorremos pacientemente las dos calles en forma de L que conectan el apartamento con la tienda. La dueña nos recibe desde el primer día con enorme entusiasmo. Al principio, mi hija se escondía detrás de mí presa de la vergüenza. Tras unas pocas mañanas ésta vergüenza mutó a una sonrisa llena de ilusión. No hay mañana que tras el desayuno no me recuerde nuestra cita matinal. Si no hay pan, no hay playa. 

Como todo ritual se han generado algunas dinámicas difíciles de explicar para ojos ajenos al mismo. La más particular es cuando la dueña confunde irremediablemente el nombre de mi hija. A pesar de mis esfuerzos valiéndome de todo tipo de subterfugios para corregirla, la señora insiste en llamar por un nombre de su elección. Cierto es que mis intentos han sido siempre tímidos. La mujer es extranjera y me daba pudor corregirla directamente. Además, pronto cese en mi empeño. Llegué a cuidarme incluso de pronunciar su verdadero nombre para no contradecir a la señora. Por su parte, mi hija parecía asumir con naturalidad este cambio. Con tres años todo te parece igual de sorprendente o natural. Si te llaman con otro nombre  es tan extraño como que te obliguen a decir «gracias» cada vez que te ofrecen algo.

Que te cambien el nombre no es baladí. El nombre es la primera pieza de ese inabarcable puzle que denominamos identidad. Pensamos en ella como lo más íntimo que tenemos, algo irrenunciable. Nos creemos que es un cuadro que pintamos a lo largo de nuestra vida, cuando ésta se parece más a los muros que corren paralelos a las vías del cercanías donde cada cual estampa su firma. Los primeros, tus padres, cuando eligen tu nombre1, más o menos caprichosamente. Antes ni siquiera de llegar a ser, ya existimos en mundo simbólico en el que entramos de la mano de nuestros progenitores. En nuestro nombre se condensan sus deseos y expectativas. En mi caso, por ejemplo, me llamó Pablo porque mi madre pensó que algo se me pegaría de Picasso, Casals o Neruda, todos ellos fallecidos un par de años antes de nacer yo. Puedo confirmar que la homonimia no concede ninguna habilidad especial. Al contrario, parece más bien que las pruebas apuntan en sentido contrario.

El nombre nos ancla irremediablemente al pasado. Es fruto de la coyuntura sociocultural en la que vivían nuestros padres. Hace unas décadas, en una España más devota y domeñada2, tenían que procurar «los padres, los padrinos y el párroco que no se imponga un nombre ajeno al sentir cristiano»3. No es de extrañar que el nombre María continúe siendo, año tras año, el más frecuente entre las mujeres españolas, aunque desde 2017 ya no se encuentra entre los tres nombres más populares para las recién nacidas4. El caso más extremo que conozco es el de Islandia, uno de los países con una mayor regulación para escoger nombre con el objetivo de preservar el pasado. Los padres no tienen total libertad para nombrar a sus hijos como deseen. Deben seleccionar un nombre de una lista previamente aprobada, que consta de alrededor de 2.500 nombres por género5. Tu nombre te puede ligar también al territorio, que no es más que la representación material del pasado. En España, por ejemplo, hay determinados nombres que sólo se escogen en determinadas regiones6. En estos casos, como Izei, Ane, Oihan, Ekhi, Ona, Roc, Uxia, Xoel, o Enol, podemos aventurarnos a adivinar la región de nacimiento sin temor a equivocarnos.

Todas estas divagaciones seguro que no le interesaban lo más mínimo a la amable señora. En cambio, para mi era todo un acontecimiento entrar en esa tienda cada mañana. Durante unos minutos me permitía fantasear con una línea temporal alternativa en la que siendo mi hija esencialmente la misma, era distinta. Algo similar a lo que ocurre a algunas personas con los motes, diminutivos o apelativos cariñosos que reciben por parte de su familia, sus amigos, o sus compañeros de trabajo. Pero aquí el cambio se me hacía más radical ya que la mujer no conocía cómo se llamaba realmente mi hija. Y también más profundo. Era pronunciar el nuevo nombre y mi hija era bautizada frente al mostrador7.  Y esto impresiona. Al fin y al cabo, tu nombre te acompaña toda tu vida. No es algo que te planteas modificar. Sólo los artistas, los prófugos y los transexuales tienen el arrojo y la necesidad de cambiarlo estableciendo un punto de no retorno en su biografía. De la misma manera, mi hija renacía cada mañana entre las cajas de verduras y los brik de leche. Una pena que este ritual no perdure hasta el año que viene.

—Adiós Cloe —se despidió el último día de vacaciones la dueña. 

—Cloe no, Coral —replicó mi hija visiblemente enfurruñada.


Notas

  1. No en vano en el mundo anglosajón al nombre propio se le denomina given name, literalmente el «nombre que te otorgan», o el «nombre dado». ↩︎
  2. Durante el franquismo se exigía el certificado del bautismo para diversos trámites administrativos, lo que obligaba a bautizar a todos los recién nacidos y aquellos que no habían sido bautizados. No es extraño, entonces, que al nombre propio en España también se le conozca como nombre de pila, en referencia a la pila bautismal. «Nacionalcatolicismo», Wikipedia, 4 de julio de 2023, https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Nacionalcatolicismo&oldid=152260154 ↩︎
  3. De la función de santificar de la Iglesia (Cann. 855), Código de derecho canónico. Libro IV, https://www.vatican.va/archive/cod-iuris-canonici/esp/documents/cic_libro4_cann850-860_sp.html ↩︎
  4. «María y José siguen siendo los nombres más comunes pero Lucía y Hugo son los nuevos favoritos: consulta cuánta gente se llama como tú», Maldita.es, 21 de mayo de 2021, 
    https://maldita.es/malditodato/20210521/maria-jose-nombres-comunes-lucia-hugo/ ↩︎
  5.  Gemma Saura, «Los padres islandeses no pueden llamar a sus hijos como les plazca», La Vanguardia, 13 de enero de 2022, 
    https://www.lavanguardia.com/internacional/20200214/473542991666/islandia-nombres-hijos-legislacion-restricciones.html ↩︎
  6. «Los 50 nombres más frecuentes por década de nacimiento para el total nacional y los 20 más frecuentes en cada provincia», INE, https://www.ine.es/daco/daco42/nombyapel/nombres_por_fecha.xls ↩︎
  7. Esto es lo que el filósofo John Searle llamaba actos de habla declarativos. El mero hecho de pronunciar una palabra o una frase modifican la realidad de acuerdo con la afirmación realizada, como, por ejemplo,  los bautismos, la declaración de culpabilidad de un juez o la pronunciación de una pareja como marido y mujer. Se puede ampliar este tema en  «Perfomative utterance», Wikipedia, 29 de julio de 2023, https://en.wikipedia.org/w/index.php?title=Performative_utterance&oldid=1167639629 ↩︎