Si la sabiduría se me otorga
con la condición de que la mantenga encerrada y no la publique,
estoy dispuesto a rechazarla:
no hay bien cuya posesión
sea gozosa sin un compañero.
Séneca. Cartas a Lucilio (6)
Tal como recuerda Emilio Lledó en su obra Sobre la educación (Taurus, 2018) la universidad moderna bebé de la reforma propuesta por Wilhelm von Humboldt a principios del siglo XIX. Esta reforma se erigió sobre dos pilares fundamentales, la idea de soledad (Einsamkeit) y la idea de libertad (Freiheit). La soledad pretendía aislar a la universidad de la influencia de la burguesía que se consolidaba como nueva clase dominante. La libertad aseguraba la necesaria autonomía para desempeñar las tareas docentes e investigadoras que le son propias.
Doscientos años después, esa burbuja de cristal en la que pretendía Humboldt cultivar el conocimiento científico se ha ido transformando en una capa cada vez más permeable. Así, el anteproyecto de la nueva Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU) identifica como prioridad «hacer de la universidad una herramienta útil para toda la ciudadanía, conectándola con los diferentes agentes de nuestra sociedad y buscando una colaboración virtuosa entre las universidades y las instituciones públicas, las empresas, y las entidades sociales».
Esto aplica tanto a la Universidad como a otros actores (CSIC, centros tecnológicos…). En el Día de la Cultural Científica, el filósofo Daniel Innerarity lo resumía así «la ciencia es una institución de la sociedad que requiere de comprensión popular, legitimación social, y debate colectivo». Es muy difícil siquiera habilitar los dos últimos puntos sin primero solventar el primero de ellos. Esto lo vienen señalando distintos investigadores y profesionales que consideran que una comunicación científica efectiva es la herramienta básica para unir el mundo académico con la sociedad. Hay que tener en cuenta que es en el plano docente donde la mayor parte de la ciudadanía ha tenido contacto con la ciencia. Una comunicación científica efectiva focaliza la atención en el impacto que suponen los avances en el conocimiento y la tecnología para la sociedad lo cual a la larga redunda en una mayor financiación.
El primer reto es convencer a los investigadores de la necesidad de participar activamente en el proceso de difusión y transferencia de conocimiento. Es preciso analizar las motivaciones de los investigadores para poder encontrar las palancas que les involucren en este proceso. A falta de un estudio profundo si que podemos señalar que la divulgación científica no está suficientemente valorada en la carrera investigadora. En los méritos curriculares actuales apenas está recogido un reconocimiento de esta actividad. Tampoco ocupa un papel decisivo en la mayor parte convocatorias de proyectos de I+D. Seleccionar los incentivos correctos no es tarea fácil, y delegar exclusivamente en un voluntarismo altruista por parte de los investigadores es una fuente de frustraciones profesionales. Es necesario incorporar la transferencia de conocimientos en el ciclo de vida de una investigación balanceando adecuadamente las motivaciones intrínsecas y extrínsecas.
El siguiente reto trata de responder a la pregunta de cómo realizar esta comunicación científica de manera eficaz. No existe una única respuesta ya que depende del público objetivo y del medio que se emplee. Una vez traspasada la frontera de las publicaciones académicas, el entorno se torna muy variado. Las estrategias de comunicación no serán las mismas si se pretende alcanzar un colectivo profesional conocedor de la jerga técnica que si al otro al lado del canal se encuentra el gran público. Factores como la edad o el nivel educativo pueden condicionar la manera de divulgar.
Cuando nos dirigimos al gran público hay que conjugar el rigor científico con la sencillez. Este balance requiere aplicar el principio de prudencia en cuanto a lo qué se publica y cómo se comunica. Se corre el peligro de mediatizar la comunicación científica sustituyendo los índices de calidad científicos por la notoriedad alcanzada en los medios. Es necesario medir el éxito del proceso de comunicación pero no se puede asimilar al éxito de la investigación. Tenemos que añadir la dimensión ética a la comunicación científica eficiente que ayude a determinar los límites de las mismas. Criterios de solidez y impacto científico son los que tienen que regir la comunicación científica si no queremos reducirla a meros titulares que atraen la atención del público.
El tercer reto está muy ligado al anterior y consiste en determinar quién tiene que involucrarse en la comunicación científica. Sería un tremendo error recurrir a la política del coste cero. Involucrar a los investigadores en la divulgación no significa delegar absolutamente la responsabilidad de la misma. Hay que facilitar a los investigadores que se puedan formar, hay que convencer de la necesidad de incrementar su proyección pública, pero sobre todo hay que dotar de financiación y medios para poder realizar esta tarea. Esta financiación puede venir del departamento, la propia universidad o como partidas específicas en los proyectos de investigación. Los investigadores no pueden ser hombres y mujeres orquesta de los que haya que esperar que aborden todas las tareas involucradas en el proceso de divulgación. Es preciso apoyo profesional ya sea a través de oficinas de comunicación dentro de la propia organización o través de agencias de comunicación especializadas.
Por último, pero no por ello menos importante, se hace muy necesario mejorar la comunicación sobre en qué consiste el propio proceso de hacer ciencia, los resultados esperados y sus limitaciones. Durante la pandemia hemos sido conscientes de la importancia de una comunicación científica eficaz. De alguna manera se ha puesto en entredicho la autoridad de la ciencia en un momento donde la ciudadanía demanda certezas y se le devolvía dudas y cambios de pareceres. La dificultad estriba en una gestión de las expectativas adecuada, ya que no es que estuviera haciendo ciencia de manera incorrecta sino que la incertidumbre forma parte indisoluble del proceso científico. Así, lo apuntaba Carl Bergstrom, coautor del libro Bullshit: Contra la Charlatanería (Capitán Swing, 2021): un «problema es que comunicar esta incertidumbre es difícil, y los científicos como comunidad quizá no hemos tenido la experiencia o la práctica para hacerlo mejor». Reestablecer la posible pérdida de confianza en la ciencia como institución tiene que ser una prioridad para la comunidad científica. En una época de creciente polarización donde cada vez cuesta más encontrar puntos de unión a partir de los cuales tener una realidad compartida, la ciencia tiene que ser el referente común que ilumine el camino y contrarreste la desinformación.