Hace unos meses tuve que realizar una fotocopia de una ilustración que me había regalado mi mujer. Era La Última Cena de Miguel Ángel. Me situé al lado de la máquina, puse la hoja en la bandeja y le di a un botón. Al cabo de unos segundos salió una copia exacta del original. Pasados unos días, volví a la misma fotocopiadora y repetí el mismo proceso. Me llevé una sorpresa al comprobar que la máquina había realizado algunas correcciones estilísticas al cuadro generando una versión a lo Dalí. Me gustó tanto la nueva copia que me fui directamente a enmarcarla, no sin antes generar unas cuantas copias más. Hace poco me enteré que cada día elige al azar el estilo de un autor distinto, así que ayer volví a la misma máquina haciéndome mis cábalas de que autor escogería esta vez. Me quedé durante unos segundos desconcertado ya que la bandeja de entrada había sido sustituida por un teclado. En vez de tener que poner una hoja, ahora tenía que describir qué es lo quería copiar. Teclee “La Última Cena”. El resultado me dejó pasmado. Salieron diferentes representaciones que interpretan la mencionada escena bíblica. En una de ellas aparecían 28 apóstoles, un mago, camareros, una banda de mariachis, un cabaret, tres Cristos y un canguro. Salí corriendo a enmarcarla para reemplazar a la versión a lo Dalí que colgaba en mi salón. En un arrebato de inspiración creativa lo titulé La Penúltima Cena.
¿Quién es el autor?
Partiendo de esta historia voy a intentar responder a la pregunta que se plantea en el título. La tesis es que existe un paralelismo entre la fotocopiadora de la historia y las IA que actualmente generan imágenes automáticamente. Respondiendo a la pregunta ¿quién es el autor de la reproducción que produce la fotocopiadora? respondemos a la pregunta original.
Antes de nada, es preciso definir una serie de términos y las relaciones entre ellos. Me serviré de definiciones comunes que se pueden encontrar en cualquier diccionario (1). Empecemos con la definición del término productor, aquel o aquello que elabora un producto por medio de una tarea adecuada. Dentro de los productores tenemos un colectivo especial que denominamos autores. Este colectivo lo componen aquellas personas que crean productos originales que pueden ser literarios, artísticos o científicos. Estos productos se denominan obras. Todo autor es un productor, pero no así al revés. Por ejemplo, Miguel Ángel es el autor de la obra La Última Cena. Una observación que se deriva de las anteriores definiciones es que al referirnos en la pregunta al autor de una imagen, implícitamente estamos asumiendo que la imagen no es cualquiera imagen sino una que se pueda calificar como obra. Por último, es preciso entender la diferencia entre herramienta, objeto, físico o virtual, con el que se puede realizar una tarea; y autómata, máquina programable capaz de realizar determinadas operaciones de manera autónoma y sustituir a los seres humanos en algunas tareas. En relación a esta última distinción, me parece claro que la fotocopiadora encaja mejor en la definición de autómata que en la de herramienta. No obstante, se denominan comúnmente máquinas fotocopiadoras.
La primera vez que voy a usar la fotocopiadora el resultado es una copia de una ilustración que contiene la Última Cena de Miguel Ángel. Ni la copia ni la ilustración son obras, así que no tiene sentido hablar de quién es el autor de una copia. Podríamos dudar quien es el productor de la copia, si la fotocopiadora o yo. Si observamos la cadena causal de acontecimientos que han derivado en que produzca, me veo a mi mismo apretando un botón. Podríamos pensar que yo soy el productor de la copia en tanto en cuanto fui el desencadenante de la misma. Este razonamiento tiene tres agujeros. El primero es que mi intervención en la elaboración del producto es mínima, sino irrelevante. Esto se observa muy bien cuando se estropea la máquina. Para continuar con la tarea es preciso repararla o sustituirla para que el producto pueda ser fabricado. En mi caso da igual lo que me pase a mi en relación a la ejecución de la tarea. Segundo, la calidad de la copia depende exclusivamente de la máquina. Será o no una buena copia dependiendo de la óptica, las tintas, y el software de la máquina, no de cómo pulse el botón. Tercero, y último, si nos fijamos en la cadena causal para determinar el productor, nada impide tirar del hilo y seguir hacia atrás en la cadena. ¿Será el productor mi mujer quien me regaló la ilustración, y me pidió una copia? En resumidas cuentas, la primera copia no tiene autor, y el productor es la máquina fotocopiadora. Podemos discutir si el propietario de la copia yo soy, o mi mujer, pero eso lo dejo para otra ocasión.
La segunda vez que voy a realizar la copia queda claro que el productor sigue siendo la máquina. No ha cambiado nada respecto al uso que hago de la misma, lo único diferente es el producto. ¿Es una obra la imagen que ha sacado la fotocopiadora? Se podría considerar una obra derivada, pero no una obra en sí misma, ya que son reconocibles las aportaciones tanto de Miguel Angel como de Dalí. Sin embargo, no creo que tenga la originalidad suficiente como para calificarla como tal. Al fin y al cabo, la fotocopiadora ha realizado una reproducción de la ilustración aplicando unos cambios que se podrían considerar puramente mecánicos. Toma esta obra y aplica este estilo. Lo mismo que si aplicamos un filtro que altere una imagen. Lo que estás generando es una variante de la misma, no una obra original. En conclusión, mismo resultado que la primera vez ya que si no hay obra, no hay autor.
La última vez que voy a la fotocopiadora tiene más enjundia. Ahora se ha producido tanto un cambio tanto en la forma de usarla como en el resultado. En primer lugar, se ha sustituido un botón por un teclado, de manera que ahora no se realiza una reproducción a partir de un imagen en papel, sino que se declara que es lo que se quiere producir. ¿Me convierto en el productor de la copia por este cambio? No parece. Aun a pesar que esta nueva interfaz de usuario permite más intervención del usuario, los tres argumentos anteriores siguen siendo válidos. Es más, añadimos un cuarto. La máquina ha adquirido un grado de autonomía inaudita. Los grados de libertad que dispone para intervenir en la creación desbordan las expectativas del usuario. El resultado ni siquiera tiene que estar inspirado en la última cena de Miguel Angel. Sigue existiendo una relación basada en la delegación entre mi persona y la máquina, al igual que existía una relación entre el Papa que encargó la obra y Miguel Angel. Nos queda por dilucidar si el resultado alcanza la categoría de obra. Tal como he descrito el ejemplo, deja pocas dudas a que la imagen que produce la máquina va a ser una creación original. Entendiendo que la calidad de la misma es equiparable a la calidad que hubiera obtenido si la hubiera hecho un ser humano, parece razonable que lo llamemos obra. Al productor de una obra lo llamamos autor, con lo que el autor es la fotocopiadora.
¿Puede ser una IA autora de una obra?
Si estamos de acuerdo con la línea argumental anterior, entonces defenderemos que las IA como DALL-E, Stable Diffusion, o Midjourney son las autoras de las obras que producen. Estas IA van más allá de una herramienta de diseño gráfico. Una herramienta te ayuda a realizar una tarea extendiendo tus habilidades. En cambio, cuando la gran mayoría de las personas utilizan estas IA no aumentan sus capacidades, la IA directamente resuelve la tarea por sí misma. Son autómatas. Esto no es óbice para que empleando herramientas gráficas, o programáticamente, se realicen obras derivadas o inspiradas en lo que ha creado una IA. Un diseñador gráfico puede perfectamente tomar estas imágenes como bocetos sobre los que construir una obra original de la que será autor. Se abre también la posibilidad a utilizar técnicas como el collage o el pastiche que tomen como elementos imágenes generadas por IA y que sean creaciones originales.
Ahora bien, podemos postular que la IA es la autora, pero ¿puede ser una IA autora de una obra? La diferencia entre productor y autor no es inocua desde el punto de vista legal. Los autores tienen la propiedad intelectual sobre sus obras. Esta propiedad intelectual (PI) incluye derechos morales, y patrimoniales. Una IA no puede ser receptora de ningún tipo de derecho, entre otras cosas porque no puede ejercerlos. Esto nos lleva a varias posibilidades: A. La primera es negar que es una obra. Como tenemos un producto que no ha sido elaborado por un humano, este no es una obra ni tiene autor, en consecuencia. Muerto el perro se acabó la rabia, ya no hay problema con la PI, dado que no hay obra ni derechos de autor que proteger. Esta interpretación es la que está en consonancia con la legislación actual. Personalmente creo que esto es esconder la cabeza debajo del agujero para no enfrentarse al problema; B. En esta línea, creo que tiene más sentido considerar la obra como parte del dominio público respetando la autoría de la IA; C. Considerar que la obra es el resultado de un esfuerzo colectivo de todos aquellos autores de las imágenes con las que fue construida la IA. Estos autómatas se programan entrenándolos con miles de millones de ejemplos que contienen imágenes y descripciones o títulos de las imágenes. La IA aprende a generar obras a partir de estos ejemplos los cuales han sido recopilados de Internet. Podría tener sentido considerar a cada uno de los autores de las imágenes y descripciones que formaron el conjunto de entrenamiento como legítimos autores de cada obra generada por la IA. El problema es que es inviable establecer un proceso que determine para cada imagen que genera la IA quienes han sido las fotos del conjunto de entrenamiento que han contribuido, y en qué medida a la generación de esta imagen, para a partir de ahí rastrear los autores. D. Atribuir la autoría de cada imagen a los creadores de la IA, y en consecuencia, la PI. Este caso no lo he discutido en la historia de la fotocopiadora porque me parece que no hay por donde cogerlo; E. Lo que sí podría valorarse es que los creadores de la IA tuvieran los derechos morales y patrimoniales de la imagen, pero se reconociera como autor de la imagen la IA. En este caso, los creadores de la IA pueden establecer acuerdos con los usuarios para cederles los derechos patrimoniales, de manera que los usuarios pueden llegar a ser propietarios de las imágenes generadas por la IA.
¿Seguro qué el usuario no es el autor?
Claro, que si los argumentos expuestos más arriba no convencen tendríamos una opción adicional que sería: F. Considerar como autor al usuario de la IA. Si concedemos la PI al usuario es porque consideramos que su intervención es determinante en el proceso creativo. Esta intervención se circunscribe a la descripción de la imagen. Dos usuarios distintos pueden elegir el mismo enunciado y los resultados serán distintos ¿Esto significaría que habría que proteger las descripciones? Si esto fuera posible, ya que es un tanto absurdo proteger una frase como La Última Cena, habría que llevar un registro de las mismas dado que a partir de una misma descripción se generan infinitas versiones. Al primer usuario deberían atribuirse la propiedad todas las imágenes que se generen con esa descripción. Los usuarios avanzados podrían aducir que sus enunciados son muchos más sofisticados. En mi opinión, sigue habiendo un abismo entre lo que declara el usuario y lo que produce la IA por muy sofisticado que sea el enunciado. El usuario no es capaz de predecir el resultado antes de introducir el enunciado. Una vez vista la primera imagen se produce un proceso de prueba y error, fácilmente automatizable, donde la mayor aportación del usuario es la elección de la imagen que más le gusta. De todas formas, esta tecnología está despegando y nada impide que pueda evolucionar el proceso de creación como para poder considerar una coautoría humano-máquina.
En esta evolución tenemos que considerar escenarios en los que no haya usuarios. Me puedo programar un bot que obtenga tuits al azar, y que estos sean las entradas que utilice la IA para generar imágenes, que en vez de tuits sean párrafos de la Wikipedia, pies de fotos, títulos de canciones, o que sea otra IA (ej. GPT-3) quien decida la entrada. Mi opinión es que las opciones más razonables y que pueden cubrir más escenarios futuros pasan por otorgar la autoría de las imágenes a la IA. Así, me inclinaría por la B (imágenes como parte del dominio público) aunque veo más viable la E (derechos patrimoniales y morales a los creadores de la IA).
Reflexiones finales
Antes de finalizar me parece pertinente indicar que otorgar la autoría a la IA no la hace más o menos creativa. La creatividad es una propiedad del pensamiento humano. La IA no imita los procesos mentales necesarios para crear una obra aunque obtenga un resultado similar. La naturaleza de la IA es algorítmica, y no tenemos evidencias que la mente se pueda emular algorítmicamente. La discusión mantenida se enmarca en el plano ontológico, esto es, en cómo definimos y estructuramos conceptualmente el mundo. De repente, aparece un nuevo elemento, y hay que ver cómo se conceptualiza y cómo encaja en el mundo de las ideas. Esto puede derivar en cambios sustantivos. Por ejemplo, la definición de obra presupone que ha sido realizada por humano, pero es que no es hasta hace bien poco que no se imaginaba que un software fuera capaz realizar creaciones equiparables a obras de arte. Tampoco está bien definida la relación entre el usuario y las imágenes creadas por la IA. Si no es el autor, ¿qué es? Si pensamos en un usuario que realiza una búsqueda en Google que le devuelve un conjunto de imágenes de la cual escoge una, creo que no es equivalente a poner el mismo texto en una IA. Existe en el segundo caso un vínculo entre el usuario y la imagen que no hay en el primero. El usuario de la IA puede argumentar que la imagen es algo suyo sin tener que ser el autor o el propietario. Qué implicaciones tendrán estos cambios en nuestra concepción del mundo está todavía por dilucidar.
(1) En mi caso me he basado principalmente en la RAE