Una de las decisiones más importantes en el diseño de un sistema informático es la elección de la configuración por defecto con la que se encuentra el usuario. Cuando usamos una aplicación, nos guiamos por una cierta inercia de manera que cualquier esfuerzo adicional es suficiente para disuadirnos de cambiar las opciones preestablecidas. Esto lleva a una curiosa paradoja en la que el diseñador, por un lado, facilita al usuario la personalización de la aplicación proveyendo múltiples opciones, pero por otro, a su vez, moldea al usuario eligiendo un combinación conveniente (para el uso que quiera dar) de las mismas. Así, las opciones por defecto son tan importantes que convierten a la “no elección” en una opción.
En mi opinión, uno de los ejemplos más destacados de este fenómeno, por el impacto que tuvo, lo apunta Clay Shirky en su libro Cognitive Surplus: Creativity and Generosity in a Connected Age cuando describe el éxito de Napster. Según este autor, el catalizador del éxito de la plataforma fue diseñarlo de manera que compartir fuera el comportamiento por defecto. Los usuarios llegaban a Napster buscando canciones y terminaban siendo parte activa de la difusión de la mismas.
Esta especie de primera ley de Newton del comportamiento humano es un fenómeno general que ha sido estudiado en diversos contextos. En particular, las organizaciones también vienen configuradas con “opciones por defecto”. Si nos fijamos en la manera en que nos comunicamos dentro de nuestra organización observamos que, por defecto, empleamos el correo electrónico, el teléfono y en menor medida la mensajería instantánea. La elección de estos canales condiciona la manera de trabajar dentro de las organizaciones ya que los tres comparten la característica de que son privados. Andrew McAffe en Enterprise 2.0 resalta dos razones por las cuales los canales privados dificultan la colaboración dentro de una organización:
- Son invisibles: la información que circula por estos canales lo hace de manera invisible a la organización de manera que nadie sabe quien se comunica con quién a no ser que estés implicado en la conversación.
- Son volátiles: la información se comunica pero no se almacena con lo que no puede ser consultada ni buscada por terceros.
Esto termina minando la posibilidades de colaboración entre los miembros de la organización ya que la información queda confinada en espacios privados y locales dificultándose tanto el acceso a la misma como la localización de las personas que pueden tener un conocimiento experto. Por el contrario, si la difusión de información se configura por defecto pública en vez de privada, se mejoraría sin mayor esfuerzo el acceso al conocimiento, aspecto clave y fundamental para el éxito de las organizaciones basadas en el conocimiento. Si las comunicaciones fueran públicas, mientras no se indique lo contrario, se acelerarían los procesos de negocio, la transformación de conocimiento en valor, la generación, evaluación y difusión de nuevas ideas, y la localización de líderes y expertos.
Estos beneficios ya los observamos en la revolución que ha supuesto en nuestra manera de entender, utilizar y comunicarnos a través de Internet las herramientas 2.0 junto con las redes sociales. Esta claro que cualquier cambio no está exento de riesgos, y que las tecnologías per se no son suficientes, pero si que parece necesario empezar a replantearnos si cambiamos nuestro modo de colaboración por defecto.